Y no sabía yo nada de arte, mucho menos de pintura, y qué vamos a decir del naturalismo más que cuatro destacables citas anotadas al leer algún libro de Tolstoi o de Zola del que nada más recuerdo hoy, como siempre. Pero es que en la conjunción de ese no sé qué intuitivo y en la siempre formidable capacidad observadora que una dice tener, en base a cuatro arreglos mal aprendidos de la malísima época escolar, y casi por casualidad, lo hallé. Me crucé hace tiempo con el retrato, sin saber muy bien por dónde iban los tiros -o más bien los pinceles-, y quedó grabado en mi memoria de forma extraordinaria. Raramente había podido extraer la misma nitidez de algún otro depósito cerebral mío. Por primera vez en mi vida me encontraba yo ante una disciplina que había venido aborreciendo desde la niñez. Y por primera vez lograba yo interesarme por la misma sin ningún tipo de obligación o complejo. Mantengo retenido en mi mente este cuadro, aunque no con toda su luz y color tan destacables, pero sí con el mínimo entusiasmo que me produce saberlo uno de los mejores que haya podido contemplar en alguna ocasión. ¿A qué viene este ensortijado melodrama personal? A nada, como todo lo que se escribe. Pero aprovechando la noticia que aparece hoy recogida en la prensa me puse a desvariar sin sentido con ánimo de afligir un poco más a ese bastante aburrido humano que tenga la capacidad de aguantar hasta esta línea misma, y así despistar a la consciencia de la escurridiza realidad mundana que nos rodea, romper el monocromático temario de este blog, y hacer muestra de este mismo retrato a otros sobrevivientes que lo desconozcan. Aunque casi me parece obsceno soltar esta estela de infantiles sensaciones mías al lado del rigor académico que esconde el cuadro.
John Singer Sargent, nacido en la siempre fascinante Florencia y vivido en una fecha aún más cautivadora (1856-1925), a caballo entre Francia y Estados Unidos, aprendió de Manet y Velázquez. Sus retratos son actualmente el punto de discusión de sus admiradores y detractores debido a su excesivo formalismo. Un pintor excelente del que, junto a Sorolla, podremos disfrutar hasta enero, gracias entre otros al antiguo director del Thyssen. Una exposición que más adelante será trasladada al mismo Petit Palais parisino. Aprovechemos.
John Singer Sargent, nacido en la siempre fascinante Florencia y vivido en una fecha aún más cautivadora (1856-1925), a caballo entre Francia y Estados Unidos, aprendió de Manet y Velázquez. Sus retratos son actualmente el punto de discusión de sus admiradores y detractores debido a su excesivo formalismo. Un pintor excelente del que, junto a Sorolla, podremos disfrutar hasta enero, gracias entre otros al antiguo director del Thyssen. Una exposición que más adelante será trasladada al mismo Petit Palais parisino. Aprovechemos.
3 comentarios:
Bellísimo retrato, con una mirada que esconde misterios y abismos. Debo reconocer que no sé una sola palabra de pintura y que mis conocimientos se limitan al juicio parcial de un mero observador: éste me gusta, ese no me gusta.
Este, sí, me gusta, aunque sin duda te habrá impactado más a ti que a mí. Yo recuerdo, por otra parte, el Gonzaga que pintó Tiziano y está colgado en el museo del Prado. Según los expertos, expresa el boato, la frivolidad, la actitud solemne de una nobleza que busca destacarse y predominar también en el aspecto sobre los estamentos inferiores.
Es curioso cómo puede influir un retrato en la vida de una persona. Parece que te estén diciendo algo. Hay pintores que han sabido retener en la pintura una milésima de segundo, una mirada que nosotros observamos inamovible y que sin embargo, en su época, estaría en continuo movimiento, a menos que se esforzase en permanecer eternamente quieto.
El pequeño comentario es excelente. Felicidades.
Un cordial saludo.
Estimada amiga, tenga usted por seguro que el pintor de ese cuadro se sentiría más satisfecho sabiendo que su cuadro provoca en alguien una estela de “infantiles” sensaciones que si le dijesen que no transmite absolutamente nada a quienes pasan indiferentes por delante del mismo. Al igual que le sucede a Samuel, mis conocimientos artísticos son limitados y apenas podría comentar detalles técnicos acerca de la obra, pero ello no impide que pase un buen rato viendo obras de arte, como me sucedió hace ya unos cuantos años en el museo del Prado. Y dado que tanto Marta como Samuel nos dicen qué obra les llama la atención, les comento que una de mis favoritas es “La rendición de Breda” también conocida como “Las lanzas” en que el general holandés entrega las llaves de la ciudad a los españoles. Así todo he de reconocer que siempre me ha interesado mucho más la arquitectura que la pintura.
Un saludo.
Que belleza. El misterio del arte tiene más que ver con lo sagrado que con la filosofía. La estética debería estudiarse en teología, y anatematizar a Tàpies como al peor de los demonios.
Saludos, Marta.
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