10/12/2005

De tropa y marinería


Con el tiempo mereceremos no tener gobiernos. Borges

…Panem et circenses. Cada día me afianzo más en la idea. Esto son nuestras vidas. Nuestro mundo. Hambre y juego, como si aún nos conserváramos en la niñez. Aunque no somos niños. Ni romanos. Esto es lo terrible. Peligroso circo el que se erige ante nuestros vulnerables ojos. Y oídos.

Me encontraba yo apunto de cerrar los ojos para celebrar los cinco minutos de siesta diaria, cuando surgió ante mí, como un relámpago, esa vilipendiada lanzadera de vulgaridades trasmutada en micrófono de parlamentarios. Pensaba estar ya dentro de uno de esos malos sueños de media tarde. Para mi desgracia, era realidad. Mis ojos permanecían abiertos. Unos segundos más tarde, ninguna duda quedaba de ello. Ni siquiera en pesadillas es alguien capaz de diseñar tal insigne horror, que contemplaban mis ojos, permaneciendo en sus órbitas todavía. Telediario en el Congreso. Retrasmisión de un duelo en sesión plenaria –mi siesta acababa de sepultarla la pantalla, sin comienzo siquiera—.Tres políticos dilucidando no se qué: estampa inolvidable. Trataban de entenderse, y entre su apoplejía neuronal y su decadencia oral, no era cosa fácil (todo hay que decirlo). Lo único que lograba entender en el caos de la sucesión de retóricas dilapidarias era lo siguiente: tropa y marinería. Quién sabe. Me temí lo peor. Lo mejor hubiera sido cerrar los ojos, como si nada, como siempre, como hacen todos, ignorando todo aquel desorden arbitrario que interrumpe nuestras vidas al contemplar un televisor encendido –a veces incluso apagado—. Sin embargo, algo me había encerrado en mis pensamientos sin huida posible al mundo de los sueños. Confundí el somnífero contenido en aquel soporífero debate con un estimulante. ¿Es posible seguir soportando esta farsa desgarrada a la que llamamos política? ¿Podemos dormir mientras tres tipos engominados son capaces de encontrar en su pasmosa ignorancia regocijante las palabras necesarias para teatralizar la justificación de su sueldo ante nuestras sufridas racionalidades cívicas? Delirio. Sueño o delirio. Morir es hoy observar un telediario. Yo lo hago desde los tres años, debo estar ya enterrada. En ultratumba. Desde luego, aquella parasitaria imagen de tres políticos encorbatados contribuiría a ello.

Políticos y personas. No hay puntos en común. Quizás uno sí, el dinero. Es el único cordón que puede conseguir enlazarlos. Atarlos, más bien. Porque, en contra de lo que creemos, no son los políticos los que están atados ni a nuestros bolsillos ni a conceptos etéreos como la democracia, la ley, o la representación. Estamos sujetos a sus riendas. Los políticos son los dueños de nuestros bolsillos. Y los bolsillos son nuestro opio. O la ignorancia. Ignorancia a la que ellos mismo contribuyen, porque en ella confían para seguir abusando de nuestra servidumbre. Es la casta celestial la que se inventó este sistema de cobro y miento, y la que lo perpetuará, un juego diabólico que no hace más que manejar de aquí para allá a las personas, que nunca intervienen, ni ejerciendo el voto ni en huelgas absurdas. No nos engañemos. Somos marionetas al servicio de nuestro propio reflejo, ese reflejo personificado que creemos elegir cada cuatro años. Para agradecérnoslo, su elección –la cuál, por cierto, no se fundamenta en la igualdad de las personas sino en la abundancia demográfica o despoblación territorial— se trastrueca en impuestos, los cuáles les pagamos con pesadumbre mientras nos encontramos, como yo ahora, escuchando sus desvaríos ficticios. Nos dirigen, nos mueven, nos reclaman, nos sonríen y nos cobran. Todo ello con la mejor intención y mientras, nosotros dormimos. Pan y circo. Esperpento. Pantomima cotidiana. Basta ya.

Gobernar es el arte de crear problemas con cuya solución mantener a la población en vilo –Ezra Pound dixit—. En vilo y sin siesta. Y sin bolsillos. Y sin inteligencia. Lo dijo un maestro; recuerdo: la sentimentalización de la política es el fascismo. Así es. A este paso todos llegaremos –sonriendo y cabalgando, eso sí— al horno. De momento, basta con el psiquiatra. No hay más que tener cinco minutos. No hay más que encender la televisión. El espectáculo ha comenzado. Por la tropa y marinería. ¡Ay! ...Políticos.

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