10/31/2005

Lógicas consonancias azules


Niña es. Y para rematar el colmo, de nombre Leonor. Como Leonor de Castilla, de Austria, de Aquitania, de Guzmán, de Foix, de Portugal, de Inglaterra, de Machado… Y ahora su infantil merced. Nominal distinguible, políglota, y un tanto inesperado. Nació la susodicha criatura en medio de un universo poco aconsejable en los días que corren (y vuelan). El hecho es ese. Ha nacido una niña, o una infanta, o una princesita potencial, o lo que quieran denominarle para suplir la condición de recién nacida normal y corriente que no es, y no será, por cuestiones cromosómicas. Oigo y leo. Así, pasarán los días, y nos aturdirán a los sometidos españoles, durante una larga temporada, con cuestiones de realeza. Oyendo y leyendo. Quizá para el resto de vida, de la nuestra. Dice el ufano padre de la criatura, quien sucumbe en su propio regocijo filial de la saga, que “la lógica de los tiempos” indica que ha nacido una reina. Hoy. En medio de un acueducto festivo. De noche lluviosa. Agarrémonos, que nos esperan tempestades catalépticas.

Es infanta, doña Leonor de Borbón –el Ortiz es cosa aparte, no importa en este juego fraticida, más que por necesidades de concepción, ese es el exclusivo papel del Ortiz, su pago—. Está en segundo lugar en prioridad universal detrás de su padre, Felipe, el exaltado de júbilo hospitalario, como primeriza convenida que ha tenido. La anécdota está ocurrente. Serán los nervios, pero el señor príncipe no se percató, del todo, de los tiempos actuales. Los aires del momento no soplan más que atropellos y desbarajustes histriónicos, todos igualmente hilarantes sino fueren más que ensoñaciones. No se da el caso, aquí. El precipicio al que nos asomamos toma forma ya de golosina rayana. La incompetencia o malicia –ambas igualmente desmesuradas en determinados seres llamados políticos— es tan sólo la austera manifestación de la oscura cleptocracia que sufrimos. Pues no hay otra cosa. A ello se dedican algunos, mientras debían estar en sus tareas, que es para lo que les pagamos la proporción suculenta. Y luego vienen las desgracias trastocadas con peluches. Llegaron tarde al alumbramiento. No tenían más que hacer, nueve meses de vacaciones. Ahora, el querubín ha nacido. Sorpresa: Leonor. Touchés. Et coulés. Manos a la cabeza. Mensajes narcotizantes. Languidece la población con los idílicos telediarios. Nada ocurre, todo está previsto, dicen. Y si está previsto, ¿qué más les daba cambiar las vacaciones de fecha y haber aprobado ya la modificación de una Ley que estamos todos de acuerdo en modificar? Pues no. El caso es complicar el ya de por sí desorbitado plantel político de ahora. En su labor de parlante oficial, anunciando el mensaje establecido por el infausto asesor tras del cuál se esconde a su vez el dignatario adecuado, el heredero principal habla de tiempos y de lógica. ¿Ha tenido lógica algún tiempo?

Yo no me considero republicana. Ni monárquica. Ni nada. Mis ilógicas instrucciones académicas, como estudiante de estos tiempos que soy, no me permiten apreciar las verdaderas sobriedades conceptuales o los descomunales disparates de uno u otro régimen. Ni siquiera me permitiría diferenciar un endecasílabo de un haiku, una epístola de una receta culinaria, o un Tolstoi de un Cervantes –incluso de un Paquirrín—, si por la enseñanza fuere. Yo he vivido siempre en monarquía. Y no he vivido mal, pero otros han vivido mejor que yo, y otros vivirían mejor que yo, en república. Yo sólo soy –y a ello recurro con ánimo cada despertar— una joven apuntadora errante. Y apunto, en ideas, mi visión periférica de la situación.

Tiempos actuales. Lógicas (políticas). Arbitrios electorales. Para empezar, damos por sentado que es la monarquía la conveniente en los tiempos actuales. Falsos demócratas. Si en democracia estamos, deben estar, pues, todas las instituciones sometidas a ella. Incluyendo partidos políticos, sindicatos, jefaturas estatales y demás. Tiempos actuales. Y puestos a pensar los tiempos actuales, pensemos bien –dentro de poco será éste un acto censurable porque atente contra la libertad de expresión de gobernantes omnipotentes, el pensar—. Quien sabe si la susodicha infanta, amparada por una Ley vigente a día de hoy, pueda llegar a desayunar en Palacio con su consorte infante (masculino), o con su consorte infanta (también de género femenino), pues “la lógica de los tiempos” que soportamos, ello permite actualmente. Y no sería extraño. Pues todas y cada una de las excusas que sacralizaron en el pletórico debate parlamentario, es síntoma de progresismo insoslayable. Qué mejor, pues, que un vástago de la realeza como guía paradigmática.

Con ánimo de trabucar un poco más la apariencia que se nos muestra, porque no hay escritura que no sirva de dardo, sabemos que el sexo de la criatura ya lo conocían antes de la 1.46 de la noche. Si lo sabían antes, y antes, nada hicieron para modificar la Ley entredicha desde las cúspides legislativas del país, alguna excusa tendrán. Bien sea que la pareja de engendradores haya decidido –si hay forma de decidir tal cosa, es cuestión de otro momento, de otras líneas— no engendrar más herederos cromosómicos. Bien sea, quien sabe, que tengan ya preparado el bisturí para, en un futuro incierto, denominar al gen personificado como Leonor, el nuevo individuo Leonoro, o Leonardo, o Leonoretxe, o Leonardinho –porque será del barça, que está de moda—, o lo que se tercie. Cierto es que saldría esto mucho más barato que una reforma constitucional –más aún si interviene en ello la Seguridad Social, como se plantea—, y más seguro que unas elecciones, pues la inyección quirúrgica no es comparable en eficacia a la anestesia mediática del periodismo electoralista.

La pena me ha invadido, mientras reflexionaba sobre el acontecimiento, al comprobar que no se nos preguntó a los plebeyos ciudadanos nuestras preferencias azules; porque no habría estado mal, que en democracia que vivimos –y además, con talante, diálogo e impuestos— se hubiera convocado un referéndum para elegir el número de nenes que jugueteen en Palacio. Yo hubiera preferido un heredero con tradición rusa, de tierras nevadas, bien hubiera sido adoptado o genéticamente importado. Aunque de tierras chinas no habría sido más acertado. Así, sirviese para mejorar relaciones diplomáticas. Habría sido más original que la linaje dinástico peninsular que ahora tenemos. Y además, habría sido útil para aliar civilizaciones. ¿Por qué no puede ser el heredero hijo adoptivo? Respuesta: la sangre. Claro está. Vuelta otra vez al principio de prelación identitaria. Como en arduos tiempos vividos. Si fundamentamos la Ley en el tipo sanguíneo, el color de pelo, o el lunar de la nariz, el disparate se hace previsible. Y real la barbarie. No hay más que repasar los arrugados, y a este paso clandestinos –como pensó ya Ray Bradbury—, libros de Historia del siglo pasado. Y no tan pasado. Hace unos cuantos años, pobló los micrófonos siderales, un majadero personaje que afirmó la existencia de un tipo sanguíneo vasco; al igual que unos días atrás, cuando cayó sobre nuestros oídos la honorable memez de que también las abejas –esos insensatos y despiadados insectos que pueblan los panales con afán de trabajar— tienen diferencias sanguíneas notables en relación a la línea imaginariamente divisoria que separa humanos amparados en la nómina institucional de territorios. Es el juego de la palabra exorcizante. Le permite a uno despertarse en medio de la masacre. Masacre siempre sustentada en la locuaz erudición del término identidad. Y del trasfondo sanguíneo. Epíteto consonante con el sustantivo: herencia sanguínea. Esperemos que no haya que lamentarlo nuevamente. En España.

El escenario de la protagonista no es halagüeño. Leonor no puede ya regresar a su materna crisálida hogareña, donde pasó unos meses irrepetiblemente sosegados, ajena ella, en su inocencia, al mundo. Sólo le queda ya envejecer. En el mundo. Menuda vida que le espera a la jovencita. Ya puede ponerse las pilas. En cuanto crezca unos centímetros y engorde los mofletes: agendas, aviones, discursos, medallas, modistas, conferencias, fotos, micrófonos, y, claro, más vástagos azulitos. Sea desde estas líneas, mi humilde bienvenida al mundo omnívoro, y mi honesta felicitación por su afortunado papel social –o desafortunado, si hubiere, según los ojos desde los que se mire—. Mas, si yo fuera la infantita Leonor, estaría gateando ya en busca de una máscara antienvejecimiento y de un cohete aeroespacial, pues con los “tiempos que corren”, no es menester huir de este planeta lo antes posible. Y lo más lejos. Así por lo menos, conservaría alguna de las neuronas cromosómicamente heredadas, antes de que la constelación ilustrada de asesores monárquicos, cuidadoras herméticas, preceptores despiadados y de políticos dementes e inútiles, se las succionen entre mísero quebranto y jaqueca diaria. Otros se encargarán ya de representar este país… Ignorantes no faltan.

2 comentarios:

ci dijo...

he visto que has visitado meu blog. vuelta siempre! e tienes aqui um bonissomo blog! enhorabuena

Anónimo dijo...

Hola Marta, soy Pablo L. Torrillas, nos conocimos esta tarde en el chat de libertaddigital. Tomé nota de tu blog y como vés he entrado a hacerte una visita. Observo que tienes el coco muy "bien amueblado" por lo que te doy mi más sincera enhorabuena. Bueno, cuidate y sigue escribiedno.
Un saludo, Pablo L. Torrillas
(España Liberal www.espanaliberal.com pablolt_espana_liberal@hotmail.com)