5/01/2006

Los guardianes de la carcajada

Los hay muy pillos. Y los hay tan palurdos como para dejarse llevar por un titular en negrita que resplandece sobre un colgajo de papel cebolla pegado en una pared de la Facultad. Casi sin leerlo, tan sólo una simple mirada que reconocía una sola palabra: huelga, y un número de dos cifras: 27. Una frase se articula inmediatamente en sus bocas: ¡mañana no viene nadie a clase! Y punto. ¿Libertad? L´État, c´est moi. Ni siquiera, al cabo de los años, saben manejar la arrogancia manifiesta –que sólo es muestra de su debilidad disimulada— con un toque de suavidad, cortesía, o de simple savoir-faire. Hay libertad para manifestarse. Sí. Pero, ¿dónde está la libertad para no manifestarse cuando así se desea? ¿Para no hacer el memo en una aglutinación de escasas quince personas autodenominándose trabajadores? En el ámbito meramente asociacionista, inteligencia, libertad y personalidad son devastadas de igual modo. Todo se ha subvertido. El mundo al revés.

Esta mañana, una panda de sudaderas encapuchadas cruzan por mi calle, arrojan octavillas al aire, dan patadas a un par de coches con botas impredecibles, tiran todos los contenedores al suelo y los despliegan sobre el asfalto de un carril –afortunadamente contenedores vacíos, por ser de mañana—, gritan inaudibles consignas con voz ronca y malhumorada, asaltan a las pocas personas que, con barra de pan, periódico festivo o maletas había caminando a esas horas. Los contenedores ocupan todo el carril de dirección única; los coches no pueden pasar, y por ende, sacuden sus bocinas. Los encapuchados se pierden al fondo de la calle, corriendo, y se disgregan por las calles adyacentes. Llega la policía a golpe de teléfono. Pregunta a los absortos vecinos que permanecen catalépticos en sus ventanas, con bata y alpargatas dominicales. Bajo a recoger un panfleto de los miles que inundan la calle. Al pie de la letra, leo:

"Contra el paro, contra el empleo precario, contra la explotación, contra la represión, contra la especulación...hemos de reconocer, que hoy el enemigo se nos ha duplicado, pues ya hemos de luchar, contra el el capitalismo, su aparato represivo y contra los sindicatos colaboradores con el sistema explotador..." Y demás.

Una carcajada. Y un cabreo monumental en los rostros del barrendero, que advierte su día de descanso en una calle llena de panfletos, basureros descolocados, y virutas; vecinos, que aún dormían antes de irrumpir la jaqueca revolucionaria, policía, que se limita a recorrer las calles en coche anotando y telefoneando; viajeros, que recogen sus maletas tres metros más allá de donde las tenían antes de todo; y viejecitos con bastón, que salvan sus miradas del infarto ocasional que pudieron padecer a golpe de voz ronca. Sigo leyendo, entre tanto:

De denigrante se puede considerar, que en los inicios de este siglo aún se tenga que combatir por reivindicaciones, que conseguidas a base de sufrimiento y lucha en el siglo XIX, posteriormente nos han sido arrebatadas por el capitalismo y lo que es peor, con la colaboración, el consentimiento y el acuerdo de sindicatos vendidos a la patronal.”

En una de las calles adyacentes hay una sede de CNT/AIT, creo recordar. Muy probablemente estos críos encapuchados arrojando contenedores al suelo, montando un cirio en una calle tranquila de Valladolid, y redactando panfletos ilegibles y con faltas de ortografía, no tengan ni idea de Historia, de legislación laboral, de Estatutos de Trabajadores, de curvas agregadas de mercados monopolísticos, de teoría política, feminista, de movimientos obreros, y, lo que es peor, ni siquiera conserven un mínimo de inteligencia y decencia personal tras todas esas hordas de mandamases y siglas con pretensiones lucrativas: llámese sindicato, patronal, partido revolucionario, o club de fútbol. Posiblemente, muchos de nosotros tampoco tengamos la inteligencia necesaria, o la educación precisa para discutir sobre esto, o para colocar las comas donde presta. Sin embargo, no nos da por exhibirlo en tan ínclita rebelión matutina. Más bien, todo lo contrario. Más les valía por sentarse a leer un libro aunque sólo fuera.

Inevitablemente, me viene a la memoria otra octavilla que recogí del suelo de la Facultad el miércoles pasado. Ésta, llamando a protestar contra el proyecto de Ley universitaria que se afanan en preparar esos mismos hombrecillos –ahora en el Gobierno de la nación española— a los que hace cosa de dos años votaban sin pensarlo, para salvar a la solemne población española de las maquiavélicas garras de un tal Aznar en una foto de no sé qué isla y sus designios imperialistas. El Palacio de Santa Cruz –el mismo que habitó una Juana la Loca en ilustres tiempos pasados, segunda hija de no sé qué reyes recientemente excluidos del saber diplomático esencial— es ahora el centro de enclaustramiento de unos oportunistas con ánimo de divertirse, que no de defender mis derechos como estudiante universitaria. Menos aún de representarme ante el resto de la comunidad educativa. Ganas de reír, me dan. Pero, estas cosas pasan por la mayoría. La mayoría, la mayoría. ¡Ay! ¿Qué mayoría? Una mayoría que comete faltas ortográficas evidentes en una octavilla repartida de manera insulsa, una mayoría que se dedica día sí y día no a ejercer de plataforma publicitaria de partidos políticos y organizaciones ecologistas a costa de la subvención. Una mayoría que se digna a esputar solemnes majaderías sobre la preferencia en la asignación de becas, del siguiente modo que entresaco de uno de sus panfletos:

Exigimos una revisión de los criterios de concesión de las becas, a fin de que los criterios de renta primen sobre los criterios académicos. Persecución del fraude.

Toda una medida insustancial. Absurda. ¿A qué se dedica la Universidad, a recoger familias en el umbral de la pobreza o a repartir títulos académicos? Pero, ¿de qué van éstos? No salgo de mi asombro. Y, sobre el fraude, ¿de qué fraude hablan? ¿Qué pinta la persecución del fraude en un punto y seguido a modo de epitafio?

Algún día, mi sobrino de cinco años –que ahora sólo ríe, juega, ajeno a todo Mundo maligno— se cruzará a todos estos universitarios y encapuchados en clase. Y muy probablemente, los dejará también atrás. Anclados a sus sillas de adolescentes embriagados, encantados de conocer el cruel mundo que arrebata sus derechos de niños mimados, camiseta Kilkenny´s, perfume de Tommy Hilfiger y toda una tremenda arroba de testosterona untada en un panfleto con faltas de ortografía y excesivas comas que imprimieron en su semiclandestinidad de afiliación sindicalista: bajo la capucha. ¿Qué se les ha arrebatado? Leía un día a George Steiner, en Lecciones de los maestros. Añado el párrafo al completo:

“Yo describiría nuestra época actual como la era de la irreverencia. Las causas de esta fundamental transformación son las de la revolución política, del levantamiento social (la célebre “rebelión de las masas” de Ortega), del escepticismo obligatorio en las ciencias. La admiración –y mucho más la veneración—se ha quedado anticuada. Somos adictos a la envidia, a la denigración, a la nivelación por abajo. Nuestros ídolos tienen que exhibir cabeza de barro. Cuando se eleva el incienso lo hace ante atletas, estrellas del pop, los locos del dinero o los reyes del crimen. La celebridad, al saturar nuestra existencia mediática, es lo contrario de la fama. Que millones de personas lleven camisetas con el número del dios del fútbol o luzcan el peinado del cantante de moda es lo contrario del discipulazgo. En correspondencia, la idea del sabio roza lo risible. Hay una conciencia populista e igualitaria, o eso es lo que hace ver. Todo giro manifiesto hacia una elite, hacia una aristocracia del intelecto evidente para Max Webber, está cerca de ser proscrito por la democratización de un sistema de consumo de masas (democratización que comporta, sin duda alguna, liberaciones, sinceridades, esperanzas de primero orden): El ejercicio de la veneración está revirtiendo a sus lejanos orígenes en la esfera religiosa y ritual. En la totalidad de las relaciones prosaicas, seculares, la nota dominante –a menudo tonificantemente americana—es la de una desafiante impertinencia. Los “monumentos intelectuales que no envejecen”, quizá incluso nuestro cerebro, están cubiertos de graffiti. ¿Ante quién se ponen en pie los alumnos? Plus de Maîtres [¡más maestros!] proclamaba una de las consignas que florecieron en las paredes de la Sorbona en mayo de 1968.”
George Steiner. Para algunos, desconocido. Para otros, cantante de ocasión. En fin. L´État, c´est moi. Y una, madrugando para empollar apuntes sobre legislación fiscal mientras acaba de leer las esquelas de J. K. Galbraith y J. F. Revel en el ordenador. Primero de mayo. De ¿2006? ¡Lo que hemos de soportar! A la vuelta de la esquina, exámenes. Y a la vuelta de la ventana, imbéciles. A golpe de contenedor y voz impuesta. Jugando a la Revolución en medio del calendario que ha tocado vivir. Ya ni tan siquiera en sus propias biblioteca. Rebelarse antes de los veinte. Y yo sin enterarme. ¡Vaya un día!

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