10/11/2006

Paréntesis egocéntrico


¿Qué pensar de la vida superadas ya dos décadas, en este fragmento de indecoroso ego que ahora escribo? ¿Qué es la vida hoy? Esta pregunta me hacía muy de mañana, cuando tuve la fortuna de averiguar soñando al único alma libre –caído del cielo estrellado- que con su fuerza mueve mis días como mueve el tiempo las manecillas del reloj. Vivir es morir, bella paradoja que todos sabemos cierta. Unas veces morimos lentos y otras a toda prisa. Como hoy, en mí, que siento un día vertiginoso al lado de otros pasados gobernados por la suma laxitud. Lo alcanzo extrañamente cansada, muy cansada, casi diría exhausta, tanto como para no saberme capaz de entonar un minuto de calma y silencio que me lleve a reflexionar sobre lo logrado y lo perdido. Tengo hipo, un hipo que se acelera según voy escribiendo línea tras líneas y que apenas me permite pensar. Mi hipo quiere decirme que lo borre todo, no vale la pena escribir así. No quería escribir sobre mí hoy. Cualquier otro día mejor, o incluso nunca, porque no soy yo testimonio de nada más que de una sombra anónima en este mundo poblado en exceso. No quería someterme a mis maniáticos deseos de anotarlo todo para poder recrear estas mismas sensaciones que hoy recorren mi cuerpo en un mañana lejano en el que ya estén perfectamente disueltas. Hoy no quería escribir, y todo apuntaba a cumplir ese propósito, pues la escasa paciencia con la que se llega a estas horas del día tras una mañana repleta de extenuantes charlamentas académicas –impregnadas de ideologización nauseabunda en esta carrera que una tuvo la ocurrencia de cursar- que no llegan a ninguna parte más qua a aburrir a todo bicho viviente que aparezca en el aula, eso me hacía creer. Pero he sucumbido. Porque eso llevo haciendo este tiempo, ése es el resumen de mis escasos años: perder. Puedo amar, sí. Amo. Perdí la apuesta que me enfrentó a mí misma hace años. He dejado de coleccionar capuchas de chupachus. No seré astronauta. La última apuesta cayó ayer: mi tercera sobrina será niña, no así como yo predije. Y perder escribiendo, aunque no se precie, aunque no se valore, aunque no se rodee de cánticos y aplausos: perder. Derramarse, arrojarse al silencio de la soledad, para irse extraviando entre letras y espacios. La vida es pérdida, la escritura es muerte. Y sólo desde esta pérdida, puedo hoy contar lo mucho ganado en instantes, en lugares, en libros, en sonrisas, y en personas.

Así que lo escribo. Sí, hoy, once de octubre, cumplo dos décadas al frente de mi cuerpo y de mi mente, y estoy orgullosa de haber llegado hasta este punto del precipicio. Atrás no queda nada, todo se almacena dentro de mí, en cada uno de los resquicios que me componen, con más o menos telarañas -¿o debería decir telamartas?-, y en mejor o peor estado: vida. ¿Qué me queda por delante? Muerte. Y una plácida muerte que deseo sea, al menos, como la que he superado en este tiempo gracias a todos y cada uno de esos otros pocos nombres –diríase, se pueden contar con los dedos de una mano- que tengo la suerte de recordar cada día al amanecer, y cada noche, como hoy, al morir un poquito más. Soy, en efecto, un cúmulo de circunstancias labradas por unas docenas de manos cálidas que me acogieron algún que otro rato. Soy poco más que eso. Casi ni soy: recuerdos, sueños. Así que hoy toca reírse de una misma inflando el globo: ¡felicidades ego! Y nada más que decir: gracias.

3 comentarios:

Ignacio dijo...

Felicidades.

El Espantapájaros dijo...

Con retraso, como siempre, felicidades a usted y a sus dos décadas (buen momento para hacer balance). Y siga adelante con este espacio, ya sea para hablar de usted, de su pensamiento político, de pintura o de geofísica (je, je), pero que siga, porque merece la pena leerla.

Un cordial saludo

Samuel J. dijo...

Espléndida edad, usted Marta ya es de las que puede contar las décadas y reírse de los años jóvenes. Mientras nos va enterrando el tiempo, es honroso ver que haya todavía quien se quiere a sí mismo. Yo estoy en una edad crítica donde continuamente la autoestima queda en entredicho.

Ah, felicidades, felicidades, creo que ya se lo dije, pero bueno, como el anuncio de las natillas... ¿repetimos? ¡Felicidades!

¡Ay, deberías cumplir años todos los días!

Un saludo.