Qué desazón, a veces, al sentir cercana la brutalidad de la esencia humana. Porque existe. Y es preciso reconocerla y asumirla, para combatirla. Y qué perverso es el arte del entendimiento cuando, creyendo ver gestos, sólo hacemos vendar aún más las grutas abiertas del comportamiento irracional y maldito, sólo taponamos nuevamente el orificio por el que toda persona exhala fealdad en dosis suficientes para nublar los ojos de los demás.
Me niego a pensar que la persona es buena. No sé si existe bondad natural alguna en el mundo, o si, por el contrario, es todo un espejismo causado por el reverso de lo realmente existente: la maldad. Así como el concepto de frío al de calor –que en rigor, no es sino ausencia-, así la bondad es sólo merma o falta de la maldad.
¿Cómo sino cabe encajar al lúcido Spinoza de siempre?
Me niego a pensar que la persona es buena. No sé si existe bondad natural alguna en el mundo, o si, por el contrario, es todo un espejismo causado por el reverso de lo realmente existente: la maldad. Así como el concepto de frío al de calor –que en rigor, no es sino ausencia-, así la bondad es sólo merma o falta de la maldad.
¿Cómo sino cabe encajar al lúcido Spinoza de siempre?
¡Ay!, si los hombres fueran sabios y también buenos, la Tierra sería un paraíso, mas es un infierno.
Eso versa en su casa de Rinjsburg. Y, ¿cómo si los hombres fueran buenos sería hoy el mundo el lugar que es?
A todo esto, ¿por qué la paz? ¿Es que Sun Tsu, Maquiavelo o Clausewitz no son suficientes argumentos para mandar al carajo la pacificación de cuantos inanes tengan a bien predicar vaciedades?
La paz es un acto de guerra, sí. ¿Y por qué no elegir la guerra, pues si somos seres humanos y es el estado natural de nuestro espíritu? Porque, obviamente, algunos no lo son. Son hombres de paz: son terroristas, son miserables. Y contra ellos -lo siento- la guerra. Hablemos otro día del cómo.
2 comentarios:
Somos malos por naturaleza, sin duda, unos más malos que otros, pero todos corremos el mismo peligro de dejarnos seducir por la necedad. Es tan fácil. A veces, hasta sin que uno se de cuenta. ¿Por qué se olvida uno de sus reflexiones y cae en una paz continua y vacua? ¿O por qué pierde uno el tiempo en guerras pacíficas, de razón contra razón, de argumento contra argumento, de conocimiento contra ignorancia, de prudencia frente a sentimiento? ¡Dejémosles que vivan sin su contrario! Y se autodestruirán. Aunque no estuviéramos nosotros aquí para hacerles guerra, se anegarían en su propia infamia. El problema de todo es una cosa muy humana: el precio.
Un saludo,
Samuel.
Si quieres paz, prepara la guerra, que dicen. Pero... y si quieres guerra, preparas la paz?
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