8/16/2006

Naufragando

Llevamos ya un tiempo aturdidos por la celeridad de un mundo demasiado obtuso como para dedicarnos a entenderlo, y menos aún, permanecer en él. Oh, locura sería. Ya nos introdujeron sin consulta alguna. Es recomendable alejarse cuanto antes, todo lo que el oxígeno haga posible en nuestros organismos. Después de unos días de reposo, una apenas iniciada en la vida, se da cuenta de que nada hay en la complejidad del día monótono que deba ser apreciado tanto como para sacrificar aquello que precisamente se desprende de la acotidianidad del cambiar-de-aires. Vamos avanzando sobre el tiempo, como aquel que surca las olas subido en una tabla de surf. Pero éste casi siempre acaba rindiéndose a la inestabilidad de las leyes del agua –o de la gravedad, yo qué sé- y cae. Sucumbe. ¿Acaso queremos dejarnos llevar por la corriente? Tengamos cuidado. Seamos cautos, por favor.

Cabe decir, antes de nada, que respeto a cualquier persona por persona. Desde hace tiempo me vengo repitiendo algo: allá cada cuál con su vida. Mas si algo se me hace completamente desazonante en el comportamiento humano de nuestros días, y más concretamente en la parálisis tan intelectual como moral de la juventud, es el botellón. Sinceramente, no lo entiendo. Y solicito, aquí/ahora, la paciencia y cortesía de alguien que sea capaz de explicarme si cabe una sola razón argumentada y sólida por la que tal hecho se lleve a cabo. Un ejemplo más.

Playa de San Lorenzo, Gijón. 2 horas 15 minutos de la madrugada del 14 de agosto de 2006. Bueno, ya a 15 de agosto. Son fiestas, dicen. Hubo fuegos de artificio a medianoche. Una completa oleada de jóvenes se agolpa sobre la arena mojada –la pleamar había sido unas horas antes- con bolsas repletas de botellas y cajas de alcohol supermercantílico. El largo paseo que me lleva hasta la otra punta de la ciudad me permite seguir escuchando, ahora desde la lejanía y el cálido abrazo del mar en su noche silenciosa, una especie de murmullo acangrejado que surge de la congregación multitudinaria de chillidos, cascos de cristal y borracheras que bajo la tenue luz de la ciudad sigue agolpada allá. Yo siento las olas del mar en mi mano. Observo la luna, y las lucecitas de algunas barquichuelas en la profundidad. Y el faro. Y la sensación de eternidad que sólo el mar oscuro, en la frescura de una noche veraniega, produce. Y el silencio rodeándome juguetón. Sé que no cambiaría este paseo tranquilo y placentero, con una conversación gustosa y profunda –porque afortunadamente no disfrutaba de él yo sola, pues hubiera pensado que me hallaba en una ensoñación- por nada en el mundo. Mucho menos un par de vasos de plástico carentes de frugalidad alguna (o vasos de cristal, me es indiferente). Pero me lamento terriblemente de todos aquellos que, dejándose llevar, situaron su ánimo en ese estandarte de chicharros que parece haberse alojado en la hasta ayer bella playa arenosa. El final de la historia lo conocemos: basura, basura y más basura por doquier, bolsas de plástico procedentes del Alimerka flotando en el Cantábrico, jóvenes tirados junto a las farolas, gamberros arramplando con los coches en pleno amanecer, y sorpresas no poco ingratas dentro de unos meses. En fin. Qué le vamos a hacer.

Versa uno de mis poemas favoritos en Les fleurs du mal: “Contemplo desde lo alto la redondez del mundo / y no hallo en todo él para mí una guarida”. Queda lamentarnos de que, en verdad, el reloj no se detenga, y cada amanecer sea en nuestras vidas un libro menos que leer, una película menos que disfrutar, una caricia menos que ofrecer, un paraje menos que visitar, una canción menos que bailar, un paseo menos que recorrer, una palabra menos que escribir, y una persona menos con la que conversar. La vida será vivida, pues, pero con todo lo que deseo llevar a cabo en ella y no puedo, estoy segura, no pienso perder ni un rutilante instante aturullando mi cabeza con cartones de supermercado mientras derrito el resto de mi breve inteligencia en fugaces exabruptos hormonales multiplicados por los efectos de la televisión y sus masas. Allá otros. Prefiero la deriva del náufrago. Allá yo.

2 comentarios:

VICTRIX dijo...

Estimada amiga, quizás le complazca saber que yo tampoco he participado nunca en esa clase de eventos alcohólicos, ya sea en su versión tradicional y reducida o en esa nueva modalidad a la que denominan “macro” y que es, si cabe, más enfermiza que la primera, al menos a juzgar por lo que vi de pasada al tener que acudir a un acto universitario. A eso de las 3, cuando entré, estaban todos éstos eternos veinteañeros en el suelo cargados de bolsas del Alimerka en las que portaban toda clase de bebidas, utilizando los más sofisticados carros de supermercado para el transporte. No faltaba, por si alguien lo dudaba, el coche “tuning” de turno con el maletero abierto a modo de discoteca móvil para amenizar la fiesta. Tampoco faltaban los típicos graciosos con las motos para conseguir atrae (o cuanto menos impresionar) a no pocas chicas ávidas de tan gratificante compañía. Y la gente tirada en el suelo, al parecer no muy borracha todavía.

Al salir, ya anocheciendo, me encontré con una superficie tan grande como medio campo de fútbol plagada de bolsas de plástico, botellas y no pocos jóvenes en estado de ebriedad avanzada, por no hablar de aquellos que tenían la necesidad de manifestar públicamente sus instintos sexuales más básicos (ejem) Al día siguiente la afluencia a clase fue tal que por un momento pensé que las tesis catastrofistas de la gripe aviar se habían hecho realidad. Uno de cada diez y no exagero; y eco en el aula que normalmente está bastante llena. De tal trascendencia fue el evento para la comunidad estudiantil que no miento si digo que alguno de mis exámenes parciales se fijaron en función del “día D”. Increíble pero cierto. Y me preguntaba yo qué podía motivar a esos jóvenes de mi edad a actuar de esa manera. Yo, que siempre he sido demasiado individualista, no comprendo por qué toda esa gente bebía por porque sí, sin motivo alguno. Porque tocaba. Como en Nochevieja por así decirlo, que la gente sale y bebe no porque le apetezca sino porque “toca” y hay que hacerlo.

Me preguntaba (y me pregunto) si seré de otra especie porque la verdad es que a mí no me llama la atención en absoluto esa clase de celebraciones. Al menos tengo el consuelo de que mis amigos, usted (por lo que dice) y quizás algún otro joven que no tengo el privilegio de conocer no tienen la necesidad de emborracharse colectivamente para pasar un rato entretenido. O recurrir a unos morros desconocidos para pasar un rato entretenido, con la siguiente muestra de deshonor e indecencia que eso supone. Y es que, como suelo comentar, no seré yo quien se oponga al disfrute, ¡faltaría más! pero siempre que sea en el ámbito de una relación seria y civilizada y no en un contexto de guarrería generalizada. ¿Qué clase de mentalidad tienen y qué motiva su comportamiento? ¿No es más entretenido disfrutar de una conversación racional, de una tarde de cine o de una excursión a una ciudad cercana? Son literalmente un rebaño guiado por sus prejuicios adolescentes.

En ocasiones me pregunto si sería más feliz si llevase esa vida, la cual me proporcionaría aparentemente más éxito sentimental y más amistades. Pero quizás en un empeño ciego (o no) por defender mis arraigados planteamientos me digo que ese éxito sentimental es ficticio y basado en conocer chicas carentes de neuronas; Y que esas amistades no son de verdad sino que se tratan de “colegueo”, de falsos amigos, de pertenecer a un grupo en que nadie tiene personalidad pero que es lo suficientemente adictivo como para hacerte dejar a un lado tus principios y someterte al corrompido mundo de los espejismos adolescentes que se configuran en torno a estereotipos basados únicamente en el éxito sexual y en la aceptación por un número de borregos debidamente estructurados y jerarquizados en que cada mimbro tiene un papel que se ve obligado a cumplir a la perfección. O eso o te excluyen.

Como usted comenta acertadamente, “Allá otros. Prefiero la deriva del náufrago. Allá yo.” Al menos soy un poco libre y nadie piensa por mi. Prefiero defender mi honor y ser fiel a mis principios; Caricaturizar con mis amigos ese mundo y esperar a que vuelva a aparecer otra chica que un buen día tenga que cambiar de ciudad. Desde mi felicidad limitada espero orgullosamente tiempos mejores. “Ingénuo” me digo. ¿Y qué? Algún día yo seré realmente feliz, ellos no. Tiempo al tiempo. Además soy libre y me puedo deleitar con artículos como el suyo desde la perspectiva de alguien que se siente feliz al comprobar que otras personas están en la misma situación de libertad. Gracias por acordarse de las ovejas descarriadas del rebaño adolescente. Todo un detalle por su parte y yo se lo pago aburriéndola de éste modo…

Saludos cordiales.

El Cerrajero dijo...

El huevo y la gallina

¿Tenemos un gobierno podrido porque la gente no se entera de la realidad --buscando siempre maneras de evadirla, como con el botellón-- o es la gente degenerada la que ha puesto a su máximo representante en La Moncloaca?